jueves, 5 de diciembre de 2013

Historias para no dormir... de placer 2



La monja y el joven discutían, la monja estaba roja de enfado e intentaba persuadirlo – No te la puedes llevar, acaba de llegar, no he terminado de hacerle la entrevista inicial, no sabe ni de qué va esta historia. – Creo que por lo que ha visto se habrá hecho una idea, no quiero a una de esas chicas-robots, no quiero que ya la hayáis educado para simplemente obedecer fríamente, quiero una joven a la que moldear a mi antojo, no soy uno de vuestros clientes habituales, que quieren un animalillo amaestrado…- La monja estaba sentada en su silla, y tanto él como ella sentados frente a la directora escandalizada. Ella estaba tensa, rígida, aún no había reaccionado, estaba paralizada y aterrada, qué clase de conversación era aquella, dónde quería llevarla ese desconocido, qué se supone que tenía que saber de aquel sitio. Un fuerte golpe la abstrajo de sus pensamientos, él estaba de pie, harto de la discusión había dado un golpe sobre la mesa – Me he cansado de esta conversación inútil, he venido a por una mujer y me voy a llevar a esta, yo pago, yo decido.- La monja respiró profundo, tragándose las miles de palabras más que tenía para aquel hombre. Intentó recuperar la calma y cambiando el gesto forzadamente sacó unos papeles de un cajón y se los entregó. Él los leyó detenidamente mientras la directora se dirigió a ella, con palabras y gestos fríos e impersonales –Los planes para ti han cambiado, ya no te quedarás aquí, cogerás tu maletita y te irás con él, es inútil que digas que no quieres, que te resistas a esto, la decisión ya está tomada y no tienes otra alternativa. Él cuidará de ti ahora. Firma aquí
- Había mantenido la cabeza gacha todo el rato, no quería mirar a aquellas personas que tan horribles le parecían, esas palabras se le habían clavado en el estómago. Levantó la vista cuando la monja terminó de hablar, y vio que él también la miraba fijamente ofreciéndole un boli para firmar los papeles que antes leía. Una vergüenza casi inhumana le recorrió el cuerpo, y de manera instintiva cogió el boli y firmó, el objetivo estaba claro, quería dejar de ser el centro de las miradas. Qué tonta fue, con ese gesto acabó con todas sus opciones. Él también firmó, acordó algo más con la monja y se dispuso a levantarse. Ella seguía encogida en la silla cuando notó que la agarraba suave pero firme del brazo – Levántate, nos vamos. El terror se apoderó de ella, la realidad la golpeó de lleno, tenía que irse con aquel hombre, y no sabía qué iba a hacer con ella, nada bueno por supuesto, el pánico hizo que echara a correr hacia la puerta, necesitaba huir, sin plan ni premeditación, solo correr y correr lejos de allí. Pero la maldita puerta no se abría, tiró y tiró del pomo, gritó llorando a lágrima viva como si la puerta fuera a ceder ante sus súplicas. De repente paró, eso no iba a suceder, se giró y los vio a los dos de pie, la monja irritada con ganas de dirigirse a ella, pero él tenía un brazo extendido, cortándole el paso a la señora, su gesto era sonriente, tranquilo y con un aire perverso que la hizo temblar. Se agachó un poco, cogió la maletita marrón de la chica y tranquilamente se dirigió a ella, al cogió suave de la mano – Venga cariño, nos vamos a casa- eran unas palabras horribles para ella, pero que él pronunciaba con ternura- por tu bien espero que no montes ninguna escenita más, te aseguro que no ganarás nada con ello. Ella se rindió por el momento, quizá en el exterior tuviera otra ocasión para huir, sin puerta ni llaves. Se alejaron por el pasillo de la mano, ella con la mirada en el suelo, evitando la de él que de vez en cuando se dirigía a ella.

Llegaron al coche que estaba aparcado entre las dos palmeras de la entrada, se quedó de pie, mirando fijamente al portón negro cerrado a cal y canto, el atisbo de esperanza que tenía de huir al salir del edificio, se esfumó. Él guardó la maleta, abrió la puerta del copiloto y viendo que la joven no hacía ningún movimiento la empujó suavemente por la cintura. Entró en el coche de manera automática, la cabeza le daba vueltas, en qué momento había perdido el control de la situación, el control de su vida, de todo. Habían pasado  sólo unas horas desde que llegó a aquel sitio y le parecían meses, no podía dar crédito, esta situación era irreal. Salieron del centro, tenía la cabeza echada en el cristal de la ventanilla, veía pasar los árboles, las farolas, los paisajes, intentaba abstraerse, quería obviar que un hombre desconocido conducía ese coche, a un lugar más desconocido aún. Una mano en su pierna la sorprendió, era él, le acariciaba la rodilla de manera descarada: - Sé que estás asustada, es lógico que no entiendas nada, poco a poco lo irás asimilando, y quiero que sepas, que aunque ahora no lo creas, has tenido suerte de estar aquí, de que fuera yo quien te escogiera, tu futuro en ese sitio hubiera sido más duro que el que te espera conmigo, te lo aseguro.
 Ella se limitó a pegarse un poco más a la puerta, intentando zafarse de esa mano que la incomodando, haciendo oídos sordos a aquellas palabras que le parecían una broma de mal gusto.
El coche se paró en una calle sin salida. Estaban en una urbanización de chalets privada. Al salir del coche miró a su alrededor, y otra angustia la invadió, no tenía ni idea de donde estaba, instintivamente buscó a algún vecino, algún coche que acabara de llegar, para correr y pedir ayuda –No hay nadie, es un lugar tranquilo, estas casas son de veraneo, en esta época se está muy a gusto sin vecinos- le dijo, como si le hubiera leído la mente. Sin darle tiempo a pensar otro plan de escape, la llevó del brazo al interior de una de las casas. Era un chalet grande, blanco, bonito, la entrada era una placeta con una fuente en el centro, subieron las escaleritas del porche para llegar a la puerta principal. Entraron. Era una casa bonita, no muy ostentosa, la entrada era de un azul intenso con los muebles en blanco, con un aire mediterráneo. – Espero que te guste mi casa, bueno, ya es tu casa también, no tengo grandes lujos, pero los justos para vivir a gusto. Es una casa grande, te la enseñaré.- Subieron hasta la parte mas alta de la casa que tenía varias plantas. Llegaron al dormitorio, al igual que la entrada era bonito y sencillo, una cama blanca y un armario de espejos frente a ella. No se atrevía a entrar, los nervios le oprimían el estómago, estaba paralizada, por eso él volvió a empujarla hasta que se quedó de pie frente al espejo. Él comenzó a dar vueltas alrededor de ella, la miraba de arriba abajo, mientras ella se quedaba inmóvil, asustada y cohibida. – Bueno, he querido que subiéramos antes aquí porque creo que es el mejor sitio para hablar. No debería darte explicaciones, la mayoría no lo hace, pero ya te he dicho que no soy como otros-se había detenido delante de ella, y le sujetaba la barbilla para que lo mirara a la cara, auque ella desviaba la mirada para no cruzarse con la de él- esto es muy sencillo, lo que tienes que entender es que me perteneces, puedo hacer contigo lo que me plazca, en cualquier momento, ahora bien, no te consideraré un animalillo como hacen otros, yo quiero que seas mi mujer, una mujer obediente, eso sí, pero quiero conquistarte, no quiero una esclava, quiero una mujer sumisa. Se que podría encontrar una novia de una manera normal, pero yo no soy un hombre normal, tengo unas necesidades especiales, y creo que tu eres la única que las puede satisfacer. El sitio en el que estabas es una escuela para señoritas, os educan para hombres como yo, que quieren mujeres sumisas, hombres dominantes, Amos. Te escogí a ti porque estás sin educar, no quiero un autómata, esas chicas ya están enseñadas, son frías y distantes, ya saben lo que les espera si hacen algo inconveniente, tú no, y eso me gusta. Quieres decirme algo- Miles de cosas pasaban por su cabecita, miles de preguntas extrañas que no se atrevía a hacer, no por miedo, sino por vergüenza –quiero irme- fue lo único que su boca pudo pronunciar. Él puso un gesto de ternura y le acarició la mejilla –Lo sé, pero no te puedes ir, ya te he dicho que eres mía- No entendía cómo podía ser tan cínico, cómo podía decir esas palabras tan malas para ella mientras parecía el hombre más bueno del mundo. – Ahora, voy a hacer algo que quizá no te guste, pero que yo estoy deseando y que es necesario.- Su cuerpo tembló, sabía lo que iba a pasar, desde el primer momento lo sabia, aunque no había querido pensar en ello. Él comenzó a desabrochar su camisa dejando los pechos al descubierto, los miró con ilusionado, como el que abre un regalo en navidad, y comenzó a acariciarlos, pellizcó sus pezones, los besó y lamió. Ella se mantenía impasible, mirando al frente como zombi. –Tienes que perdonarme por lo que voy a hacer, yo no soy así, me gusta tomarme tiempo, jugar… pero es la primera vez y tiene que ser así.- La agarró de los hombros y la fue tumbando en la cama, las lágrimas de ella comenzaban a aflorar, todo aquello no era una pesadilla, era real, y no podía evitar que pasara. Notó como le quitó las braguitas que tenía bajo la falda del uniforme del orfanato, que aún llevaba puesto, miró hacia él y vio como se desabrochaba el pantalón… cerró los ojos, no quería ver más, el peso de aquel hombre cayó sobre ella, se movió hasta abrirle las piernas, y sin más preámbulo notó como la penetraba de un solo movimiento, rompiendo su virginidad. Instintivamente comenzó a llorar, con un llanto histérico, había despertado de su pasividad, quería escapar, sin plan ni razón, pataleaba y empujaba con los brazos a aquel hombre que la desvirgaba, éste le agarró fuerte las muñecas –No llores, cariño, no llores- Le decía entre gemidos, hasta que paró y se desplomó sobre ella, que seguía llorando e hipando. Él se tumbó a su lado –Ya pasó cariño, era necesario, ahora sí eres mía. Y es ahora cuando te empezaré a enseñar cómo me gustan las cosas.- Ella seguía llorando sin control, no quería parar, apretaba fuerte para llorar aún más fuerte – Para, no sigas llorando, me molestan tus lloriqueos- ella seguía- que pares he dicho- se incorporó un poco, y viendo que no se calmaba le asestó una bofetada. La cara le picó, se quedó paralizada agarrándose la mejilla y mirándolo fijamente asustada. Una sensación extraña la invadió, era humillación, dolor, impotencia…y algo más, algo que no era del todo malo, no sabía qué era, pero sintió algo más

Continuará…

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