miércoles, 27 de noviembre de 2013

Historias para no dormir... de placer

Quería daros las gracias por vuestras visitas, y precisamente para celebrar las 1000 y mi primer seguidor os contaré una de mis fantasías más antigua y elaborada. Cada noche antes de dormir, me gusta imaginar escenas que me resultan eróticas, como segmentos de películas que me excitan, y coger el sueño con una sonrisa en la cara y un cosquilleo entre las piernas. Esto es sólo la introducción, en ella hay menos "acción" pero es que soy detallista y elaborada hasta para las fantasías eroticas. Espero que la disfrutéis...



LLegó a aquel lugar apartado de la ciudad, una mano sujetaba la maletita marrón con sus escasas pertenencias, con la otra llamó al timbre. En ese momento el miedo a lo desconocido le hacía dudar de la decisión que había tomado. Al llegar la mayoría de edad en el orfanato les daban a elegir, podían irse sin mirar atrás, buscarse su propia vida con una buena cantidad de dinero que se había ido ahorrando para ellas, hacerse un futuro a su manera, o podían continuar sus estudios unos años más en un centro para chicas de más edad que les era asignado. Ella nunca destacó en nada, no fué una niña traviesa ni tan buena como para ganarse el favor de las cuidadoras, había hecho amigas, pero ninguna especial a la que echar de menos. Su infancia no fue triste, simplemente pasó. Cuando le plantearon la cuestión de qué hacer lo tuvo claro, no estaba preparada para enfrentarse a la vida, alargaría ese momento lo máximo posible, así que optó por mudarse a otro centro. 
El sonido del gran portón negro la sacó de sus pensamientos. Una monja le hizo un gesto para que entrara. Cuando cruzó la puerta pudo admirar un gran edificio antiguo, de piedra, con cierto tono rosado, dos palmeras se alzaban ante la entrada, era un lugar amplio y bonito, un antiguo convento que se habían encargado de ir actualizando, para que no se notara el paso del tiempo. Una sensación de alivio la recorrió, al fin y al cabo no parecía ser un lugar tan horrible, como el miedo a lo desconocido le había hecho pensar. Subió una escalinata y entró en el edificio. Los pasillos eran amplios, con muchas ventanas exteriores a un lado y al otro las ventanas opacas que pertenecerían a las diferentes clases. La monja la condujo por uno de los pasillos hasta el despacho de la directora. La puerta estaba abierta: 

- ¿Se puede?- preguntó con la educación y timidez que la caracterizaban
- Sí pasa querida y siéntate- La directora era una monja bastante alta, ni gorda ni delgada, tenía unos rasgos severos, pero que su gesto de aparente amabilidad ocultaba.

Fué avanzando hasa llegar a la gran mesa de roble y sentarse en una de las sillas de estampado verde botella. Le entregó una carpeta que le dieron en el orfanato con todos sus documentos, notas, médicos... La directora comenzó a mirarlos a través de sus pequeñas gafas, mientras ella se apretaba las manos con nerviosismo, aunque hasta ahora todo había ido bien, algo por dentro no la dejaba tranquila, una sensación de alerta sonaba en su interior, aunque se repetía una y otra vez que era el miedo a lo nuevo, que en cuanto se instalara y cogiera la rutina todo iría bien, en un intento de tranquilizarse en vano. La directora comenzó a hacerle preguntas sobre su vida, sobre el lugar de donde venía, de sus amistades allí, de cómo era ella personalmente...

- Y con los chicos qué relación has tenido- Aquella era una pregunta extraña, pero tratándose de una monja tampoco le pareció raro
-Muy poca señora, era un centro para chicas, y aunque hablábamos con ellos en las convivencias que hacíamos con otros centros, o cuando nos llevaban de excursión, nunca se me ha dado bien relacionarme con ellos, o quizás no les llamé la atención- No era fea, ni mucho menos, tenía una cara aniñada, con pecas y una bonita sonrisa, un cuerpo pequeño y delgado, pero nunca se creyó guapa, quizá por que a su alrededor había chicas más llamativas. La directora apuntó algo en el expediente y cuando se disponía a hacer otra pregunta el teléfono sonó. La monja descolgó, el gesto se le tornó preocupado:
-¿Cómo? Pero es que así de repente, no esperabamos a nadie hoy, no hemos preparado nada. ¡No! cómo le vamos a decir que se vaya.- respiró hondo y relajó un poco la cara- Está bien, dile que espere un poco mientras preparamos a las chicas.

Cuando colgó se dirigió a ella con una sonrisa forzada. le explicó que había surgido un imprevisto, y que tenía que salir, le repitió varias veces que esperara allí sentada, que bajo ningún concepto saliera de la habitación. Sin tiempo a que preguntara nada, la directora salió. En un principio estaba dispuesta a obedecer, oía el revuelo en el pasillo de fuera, las chicas correteando de un lado a otro, se preguntaba qué pasaba, quién había llegado tan importante. De repente el ruido cesó, y un silencio casi sepulcral lo sustituyó. Escuchó la voz de la directora a lo lejos, dando explicaciones a alguien, excusandose por la espera, una voz masculina le contestó para tranquilizar a la monja excesivamente afectada. 
La curiosidad empezó a picarle, y aunque el sentido común le repetía que se estuviera en el sitio, un diablillo le decía que no sería para tanto, que sólo se asomaría un poco, que la forma en L del pasillo la resguardaría y volvería corriendo a la silla antes de que la vieran. Respiró hondo y se levantó, la puerta se abrió silenciosamente y ella avanzó lo más silenciosamente que pudo. Al asomarse vió dos filas de chicas a cada lado del pasillo muy rectas y muy quietas, más parecían soldados que muchachas. Al final del pasillo estaba la directora muy quieta, y entonces vió al hombre que había oido antes, era un joven, de unos treinta años o quizás menos, con el pelo moreno corto casi rapado y una barba también corta. Tenía la espalda ancha y de estatura media. El hombre pasaba despacio delante de cada chica, las miraba fijamente, tanto que algunas apartaban las miradas avergonzadas. La curiosidad la mataba, qué estaba ocurriendo, qué era toda aquella parafernalia. El hombre se detuvo ante una de ellas, la miró unos segundos y sin quitarle los ojos de encima bajo su mano hasta los muslos y fue introduciéndola en su falda, la chica cerró los ojos angustiada apretó los labios por no quejarse, pero no se movía, no hacía ningún intento de detener a aquel hombre que ya había introducido los dedos en su braguitas. Cuando ya tuvo bastante sacó los dedos y se los miró, los tenía llenos del flujo de la joven que ya dejaba ver alguna lágrima en su rostro. Siguió avanzando en la fila de chicas, hasta que después de observar a unas cuantas, se paró delante de otra.

-Desabróchate la camisa, le ordenó- la joven cerró los ojos para tranquilizarse unos segundos y comenzó a abrirse la camisa, que ante la ausencia de sujetador, dejó al descubierto su piel. Él apartó la camisa para dejar sus pechos al aire. Sin inmutarse comenzó a cariciarla, a pasar sus dedos por los pezones, a pellizcarla mientras miraba su gesto de dolor, y sin más siguió adelante, ante lo que la joven denotó un pequeño gesto de alivio. A la siguiente que escogió le hizo darse la vuelta, con una mano la agarró por la nuca y la fué empujando hasta denerla con el culo en pompa. Con la otra mano le levantó la falda y le bajó las braguitas blancas. Su culo quedó al descubierto, los sollozos de la chica se escuchaban en el silencio que reinaba. Él se metió el dedo índice en la boca, lo chupó y lo puso en la entrada del pequeño ano de la muchacha. Poco a poco lo fue introduciendo.

Desde el cobijo que le daba su escondite ella lo veía todo con los ojos cada vez más abiertos, no podía creer lo que estaba viendo, cuando la chica emitió un pequeño chillido ante la invasión en su estrecho agujero no pudo evitar que un sonido de asombro y miedo se le escapara. 
Pudo percibir ese sonido perfectamente, dejó a la asustada joven, cogió una toallita que una monja le ofreció, se lavó las manos, y miró de reojo al lugar de donde provenía el ruido. Vió esa cabecita asomada y sin dudarlo se dirijió a ella. Del miedo estaba paralizada, le hubiera gustado poder correr y esconderse en el sitio más oculto del mundo, un sitio lejos de aquel hombre que ahora estaba ante ella. La miró de arriba abajo, se acercó a su cuello y la olió profundamente, se aprató y la miró sonriente, con una sonrisa blanca y bonita, si no fuera por lo que había visto antes le hubiera parecido el hombre más amable del mundo. La agarró de la muñeca, hizo un gesto a la directora: -Ya he escogido- le dijo. Sentía su mano fuerte alrededor mientras tiraba de ella hasta el despacho. La puerta se cerró, lo oía todo como ajeno a ella, estaba metida en una burbuja que el miedo y la incredulidad habían formado. Al otro lado se escuchaba ajetreo, las chicas cuchicheando, susurros e incluso algun suspiro de alivio, e igual que antes, tras los portazos de las clases, el silencio.

Continuará...

2 comentarios:

  1. Gracias por compartirla :) es un placer leer todas y cada una de tus entradas!! :)

    Un abrazo.

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  2. Ya te vale dejarme con la intriga!!!! Aplicate y la continuacion ...pronto eh!!!!

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